lunes, 28 de enero de 2019

Es convivencia y tolerancia, no ingeniería social


No dejes que la realidad te estropee un buen titular’. El famoso axioma del mal periodista encaja casi perfectamente con ciertos planteamientos que ha puesto sobre la mesa la derecha más extremista, especialmente en materia de educación. En este terreno podríamos cambiar el dicho periodístico por ‘no dejes que la realidad estropee los estereotipos familiares que queremos imponer como únicos’. En estos últimos años la sociedad occidental, y la española también, ha cambiado a pasos agigantados. El casi monolítico modelo de familia nuclear, papá, mamá y unos cuantos hijos, ha sido sustituido paulatinamente por muchos tipos de familias distintas, con unas estructuras más complejas y diversas en las que tiene cabida casi cualquier modelo de convivencia.


UN PRESENTE CAMBIANTE Y UN FUTURO POR ESCRIBIR

En años muy pretéritos, cuando los primeros gobiernos municipales surgidos de las elecciones democráticas, comenzaron a trabajar en educación de calle, surgieron muchas voces que, a veces con mucha vehemencia, reclamaban el casi sagrado derecho de educar a sus hijos en sus particulares creencias. Unas voces que casi siempre surgían del mismo lado, el religioso, y que contenían de base un mensaje común: ‘no queremos que nuestros hijos conozcan toda la realidad, sólo la que nosotros como padres queramos mostrarles’. Sin embargo, la fuerza de los cambios que nuestra sociedad ha vivido en las últimas décadas se ha demostrado imparable y ha modificado, quizás para siempre, la manera de relacionarnos como individuos y como integrantes de un colectivo.

En estos años se ha hecho valer, a veces con más convencimiento y otras con menos, uno de los principales mandatos constitucionales, que las instituciones están obligadas a velar por el interés superior del menor, tal como dice nuestra Constitución en referencia a la Convención de los Derechos del Niño, que señala que en todas las medidas concernientes a los niños que tomen las instituciones públicas o privadas de bienestar social, los tribunales, las autoridades administrativas o los órganos legislativos, una consideración primordial a que se atenderá será el interés superior del niño. Es en aras de ese interés superior por lo que desde los primeros años de la democracia las instituciones, y muy particularmente los Ayuntamientos, han sido elementos decisivos a la hora de hacer que nuestra sociedad sea cada día más inclusiva, que los valores del respeto mutuo y la tolerancia vayan poco a poco siendo absolutamente mayoritarios.

Cuarenta años de democracia han servido para que, cada vez más, todo el mundo tenga su sitio en una sociedad abierta, plural y compleja como la nuestra. Frente a quienes pretenden permanecer en unas estructuras sociales monolíticas las instituciones, especialmente la escuela, se han convertido en verdaderos garantes de la inclusión, frente a quienes parecen temer a la diversidad, los propios niños y jóvenes demuestran cada día como los prejuicios van cediendo terreno hacia un escenario en el que nadie, ni por el color de su piel, ni sus creencias religiosas, ni su tendencia sexual ni por el tipo de familia en el que viva se sienta excluido.

No ha sido un camino fácil ni sencillo, ha estado plagado de dificultades y de resistencias que todo cambio tiene que vencer. En ese tránsito desde una sociedad casi monocolor hacia una en la que la diversidad es el común denominador, el mundo de la educación ha sido y seguirá siendo fundamental. Que nuestros niños y niñas conozcan que hay muchos tipos de familia, que hay muchas maneras de convivir no sólo es positivo, es absolutamente necesario. Los hechos lo demuestran: en nuestros pueblos y ciudades la expresión de la diversidad es algo absolutamente enriquecedor para todos como sociedad y para España como país. De todos los modelos de vida hay algo que podemos aprender, algún elemento positivo que nos permita mejorar como personas y como colectivo. Esconder la realidad, como el ave que mete la cabeza debajo del ala, es un ejercicio absolutamente inútil porque la fuerza de los hechos acaba siempre abriéndose paso. 

Muchos dirán que son sólo palabras, pero no hay nada más poderoso que las palabras ni nada más revolucionario que las ideas. Estamos ante un momento en que no podemos dar nada por asentado, en que podemos retroceder muchos pasos en un camino en el que demasiadas personas se han dejado jirones de su vida. Afortunadamente, al menos así ha sido históricamente, el progreso siempre acaba venciendo al inmovilismo y a los que pretenden que involucionemos. Pero no podemos dejar de estar alerta ni un segundo porque están en riesgo demasiadas cosas que han costado demasiado caro conseguirlas.


Rodrigo Bernal, candidato del PSOE a la Alcaldía de Torrelodones

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